24 de marzo de 2009

filosofía mundana (Berlín: el regreso)

Querido martes,
ayer volví a tierras cercanas como quien le han dado un par de muletas para ir tirando.
17 llamadas de Al del todo insignificantes, un par de vecinos nuevos y un post-it en la nevera con letra de mi madre diciendo que la llame cuando vuelva.
Aun no la he llamado y al otro tampoco. Lo que si hice fue subir a ver a las vecinas y que me contaran las novedades.
Parece ser que en el bloque de enfrente ha llegado un hombre nuevo con aires de ambicioso, sin mujer ni amante visibles por el momento y que da clases de karate los lunes y los miércoles de 8 a 10 de la noche a dos chicos que lógicamente y para deleite de mis vecinas entrenan sin camiseta.
Yo aun no los he visto porque justo ayer cuando llegué ellos ya no estaban. Solo pude intuir una tenue luz en el piso de enfrente y nada más.

Dije que me tatué unas notas en la piel y la verdad es que también me tatué un nombre: Ancel, el chico de la guitarra acústica de madre danesa y padre griego nacido con un par de ojos azules grisáceos y pelo negro brillante. Habla como canta y canta como cualquier alma de jazz y corazón de rock melancólico.
Ancel es libre. No libre como puedo querer serlo yo. No. El es libre de todo. Toca en el Raitsön Bar para pagar el alquiler del apartamento de 35 metros cuadrados que tiene cerca de alguna parada de metro de la linea verde que no recuerdo. Un apartamento co un sofá cama casualmente igual que el mío made in IKEA rodeado de partituras pisoteadas, algun que otro disco de vinilo y montones de libros que hacen de patas de una mesilla.

Estas noches a su lado han sido mejor que cualquier visita guiada por las entrañas de esta ciudad. Estas medias noches en vela por las calles berlinesas cogida del brazo de ese Dios griego sin patria o descalza por Tiergarten notando como la hierba empieza a humedecerse bajo mis pies helados que han heredado sus zapatos de tacón a mi mano derecha mientras la izquierda sujeta una botella de vino que rápidamente es cogida a sorbos por una boca de labios finos rodeados de una barba de dos días tumbada sobre mi vientre que me susurra alguna que otra canción de Jakob Dylan.

Han sido unas noches realmente brillantes que se acabaron el domingo con una gran despedida desde lo alto de una torre que soy imposible de recordar su nombre donde hicimos un par de aviones de papel con nuestros besos escritos en tinta invisible y los tiramos al cielo oscurecido de la ciudad mientras nos fusionábamos en un abrazo que se desenganchó en el aeropuerto ayer por la tarde.

1 comentario:

Ayla dijo...

M'encanta la historia, encara que tinc la sensació de que no la conec pas desde el principi.

M'hi he de posar d'una vegada jo, ara que tinc una mica de temps; però la inspiració es perd per moments, cada vegada que bufa el vent.

Records!