15 de febrero de 2011

filosofía mundana (3/10)

Querido martes,

Esta semana he empezado exultante y con una motivación que hacia tiempo que no tenía. Serán las casualidades, será un destino místico o simplemente la decadencia de los hechos pero a mediados de febrero ya he cumplido 3 de las 10 cosas de la lista para este año.

La primera fue la de "Dar una sorpresa a un ser querido". Hacía tiempo que les quería agradecer a mi madre y a mi abuela todo lo que han estado aguantando estos años. Pensé mil maneras y al fin encontré la mejor. La tarde de hace 3 domingos pasé por casa de mi abuela a buscarlas sabiendo que estarían tomando las dos el café allí como cada semana. Me las llevé a cenar a un restaurante bueno de verdad, nada de chinos baratos ni bufetes libres a 10 euros. Nos lo merecíamos. Por ellas, por nosotras.


La segunda fue este mismo viernes. Había quedado con Al para ir a dar una vuelta y me equivoqué de parada de metro. Bajé un par antes y pensé "da igual, llegarás antes andando". Mientras sonaba un "su todo es ahora, su nada es eterno" de Sabina por mis cascos pasé por delante de la escuela de danza donde años atrás bailaba claqué. Paré la música y la oí. Era mi antigua profesora, seguía allí, pisando fuerte y saltando alto. Pensé en la lista y entré. A partir de entonces y cada viernes por la tarde "vuelvo a bailar claqué".


La tercera y última "ir a pasear por un bosque" fue del todo surrealista. El sábado había quedado con una vieja amiga que vive bastante lejos y fui a comer a su casa. Llegué temprano y me estuve hablando con su marido y los niños. "¿Quieres ir a dar una vuelta?" me preguntaron unos ojos verdes e inquietos de un montón de hormonas de 13 años que acababa de discutirse con su madre. "Si claro, tú mandas que yo no me conozco nada". "Llévate a tu hermano también y así mientras hacemos la comida" le dijo su padre con voz paciente. Salimos andando y dando un portazo que me hizo girar para ver si habíamos hecho grietas en la pared de la casa. "Son unos imbéciles" soltó la joven Aroia. "Mujer no será para tanto, hacen lo que puede, ¿no ves la cara de amargada de tu madre? Dale un respiro de vez en cuando" le respondí consciente de que con esas palabras me iba a sonreír y se calmaría. El pequeño Aiert de 8 años nos seguía silbando alguna canción que en su cabeza tendría sentido pero que en todo el día fui incapaz de adivinar y se paraba en seco, daba una vuelta, aplaudía y venía corriendo. "Aroia, le podemos enseñar el bosque. ¿Te gusta el bosque? Podemos ir a hacer cabañas". Nos miramos los tres y empezamos a correr calle abajo, ellos riéndose a carcajadas, yo sudando y esperando que supieran dónde íbamos. Nos metimos por un bosque cercano. Aroia andaba escuchando los pájaros, Aiert tiraba piedras en los charcos y arrastraba un pequeño palo que había encontrado. Miré las hojas, los árboles, la luz que se colaba como si tuviera densidad. Nos sentamos en unas piedras mientras el pequeño trepaba por un pino. Me llamó su madre. Volvimos, sin prisas y comimos todos juntos entre guiños de complicidad con los niños y sonrisas con los padres.

1 de febrero de 2011

filosofía mundana (por todos)

Querido martes,

No fui al teatro. Ya tenía planes para el sábado, ir a ver un partido de baloncesto. Mi hermana Ela (la pequeña) entrena a un equipo de niños de 7 años con discapacidades psíquicas y fui a animarles, a pasar la tarde y a merendar con todos ellos bocatas de nocilla y zumo de manzana a la salida del partido.

Llegando a casa llamé a Oscar, el chico. No me contestó. Supuse que aun estaba en el teatro y ya no lo volví a intentar. Desde entonces no he sabido nada más de él y dudo volver a hablar. Con todo esto he vuelto a pensar en toda la gente que aparece y desaparece de mi vida en cuestión de días, meses y algunos minutos. No he vuelto a saber nada de Ancel, el chico berlinés de ojos griegos que me rompió con sus acordes. ¿Qué se habrá hecho de Lukas y el grupo de investigación de Alemania? ¿y de Lisa, T.J, Dylan, Noa y Shiba, los de Amsterdam? y en Amsterdam mismo, el chico del traje marrón seguirá con su vida, con su trabajo, su esposa y quien sabe si sus hijos...Realmente es impresionante la de gente que llegamos a cruzarnos y nunca más volvemos a saber de ellos. Quzás, en alguna tarde dominguera, sentados en el sofá de su comedor vuelven a pensar en nosotros y recuerdan palabras, gestos o besos y sonríen como yo estoy sonriendo ahora mismo. Por ellos. Por todos. Por todo.