19 de octubre de 2011

filosofía mundana (boli bic)

No sé por dónde empezar.
Parece que desde el 30 de agosto haya pasado una semana y la verdad es que las cosas han cambiado tirando a poco.

Hablé con mamá de lo de Irlanda, su opinión es importante pero ya sabe que no voy a cambiar mi rumbo así que se limitó a decir que "adelante" y que "seguro que vale la pena".

El problema vino cuando hablé con Al. Como dije aún estaba de viaje por Kuala Lumpur. Le mandé un mail diciéndole lo del trabajo y cuatro tonterías más. Él me contestó que ya hablaríamos cuando volviera, que el viaje se iba a alargar un poco porque habían conocido gente de Singapur y que se iban allí.

Volvió 2 semanas después. Hecho un cristo. Con barba, la ropa sucia, una cicatriz en el muslo derecho y la mochila llena de remaches. Pasamos una semana sin vernos ni tocarnos durmiendo en la misma cama.

Una tarde nos encontramos en el sofá. Nos miramos. Él apartó la mirada y se cruzó de brazos dando por decidido qué rol le tocaba a cada uno. Él sería el ofendido.
Empecé la conversación sabiendo que hasta la quinta frase todo sería mera cortesía. "Ya viste mi mail, creo que deberíamos hablar". Fue un tira y afloja de más de 2 horas. Nos levantamos, nos sentamos, fui a la cocina, me senté en el suelo, se tumbó en el sofá, nos gritamos, nos besamos, nos dimos la espalda, nos abrazamos, golpeó con la mano en la pared, tiré un cojín al suelo y, al final, exhaustos de discutir hasta el color de los asientos de los autobuses americanos, nos sentamos en el suelo, nos miramos y decidimos que nos dábamos tres días para pensar.

Sus palabras textuales fueron: " si después de tantos años y tantas historias nos levantamos cada día pensando que nuestra vida no está completa sin la parte que nos da el otro, quiere decir que seguimos adelante. Yo sé que puedo vivir sin ti y tú vivirás sin mi tranquilamente pero debemos decidir si este 10 o 20% que nos da el otro lo podemos llenar de otra manera. Hasta el viernes". Se levantó y se fue.

No fueron 3 días, fue una semana. Volvió el día de mi cumpleaños. Este año no hubo viaje, ni vuelos, ni grandes galas.

Se plantó en mi casa el domingo por la noche cuando yo fregaba los platos de la comida familiar. No hizo nada, simplemente entró, dejó una caja en la mesilla del comedor y se sentó en el sofá a esperar.
Abrí la caja y me encontré un boli bic con el tapón azul tan mordido que daba hasta asco.
Levantó los ojos y dijo "me dejaste este boli mordido en segundo de carrera. No me dio asco que estuviese mordido y sabes que soy muy mío con estas cosas. Era la primera vez que no me daba asco algo así de alguien. Pensé que sería porque habíamos llegado a tal punto de complicidad que ni me fijaba en detalles absurdos. Por esos entonces ya sabía que eras especial, no te quería pero estabas allí. Ahora, te lo devuelvo para que sepas que no necesito nada mordido para saber que sigues siendo quien eres, la complicidad ya no es cuestión de bolígrafos, ahora es cuestión de vidas y la mía, sin ti, tampoco es mía".

Lloré. De felicidad seguramente, pero lloré.