24 de agosto de 2009

filosofía mundana (te quiero)

Querido lunes,
Como con el ajetreo de un tren regional me despierto de la nada.
Hoy escribo temprano, antes de ir a trabajar. Estas horas me hacen sentir como en un espacio atemporal donde no se oye nada más allá de mis dedos tecleando palabras que se hacen frases y a su vez se hacen vida al ritmo de los latidos de las yemas.
Aquí las horas se alargan como los relojes de Dalí y, harta de ver como las estrellas se van difuminando al ritmo que aparece la luz del nuevo día, me preparo un café. Hoy será un día largo.

No escribiré lo que siento. Hoy no se trata de sentir porque lo siento todo. Siento mi aliento salir de los pulmones de igual manera como echo en falta las llamadas de Al. Siento el leve suspiro de Yago dentro de sus sueños y, intuyo más de lo que veo, su espalda dividida en dos partes iguales casi perfectas abiertas más de lo normal por horas de piscina y separadas por una columna firme con un par de arañazos de excesos de la noche anterior.
Siento el respaldo de esta silla, que me devuelve a la realidad de la habitación cada vez que me echo hacia atrás y vuelve a encontrar mi camisa medio desabrochada que me hace de segunda piel.
También puedo decir que siento burbujas de jabón que no se atreven a romperse, como si cada una de ellas fuera una idea más.
Y es verdad que siento que en estos momentos soy incapaz de escribir lo que quisiera que me pasara o quisiera sentir más allá de estar aquí y ahora, atravesando la frontera del día y de mi felicidad.

Yago se gira y sale al encuentro de mi cuerpo que en estos momentos no está a su lado y por unos momentos veo que siente incertidumbre dentro de su inconsciencia. Su subconsciente se echa atrás al ver que le falta algo y su cara dibuja una mueca de sorpresa e inseguridad que se relaja cuando se abraza al cojín. Yo también echo de menos sus abrazos. Ahora de verdad me doy cuenta de que hasta dormida soy capaz de extrañarle y que mis días seguirían siendo de 24 horas pero serían del todo vacíos, y es que él me llena hasta el dedo meñique del pie.
Podría decir que le quiero pero no lo sé. Nadie nunca me ha enseñado lo que quiere decir querer. Me han enseñado a querer a la familia, a los amigos, pero es que lo que siento por él es cien mil veces mayor. También podría decir que le amo. ¿Le amo? ¿Le amo como a qué? Como a nada más. Amar es combatir dicen. Lo mío es la guerra de los mil sentimientos. Amar se ama en las películas pensando que te reencuentras en París, matándote por amor. Yo lo reencuentro en cada palabra que me dice, no nos hace falta viajar más allá de este comedor, de esta habitación.
El caso es que nos enseñan a ponerle nombre a las cosas, a identificar todo, a no dejar nada al azar. Pues esto nuestro es azar, esto nuestro no tiene nombre y ni siquiera quiero ponerle alguno. Nombrar es generalizar. Nombrar es permitir que alguien ajeno también lo use y lo sienta. Esto es sólo nuestro y es así. Es algo que escribimos juntos, adelantando la vida con pequeños pasos y grandes sorbos. Nos equivocamos y lógicamente discutimos, pero no nos intentamos comprar uno al otro, nos basta con intercambiarnos.
Jamás en la vida imaginé que sería algo parecido a un sueño y es que en esta vida lo bueno dos veces bueno y él está en ello.

Hoy no quería escribir sobre él. Hoy tocaba contar mi reencuentro con Al pero es que Yago lo reduce todo a banalidades.

A Al le envié un corto mensaje de móvil. “¿Un café esta semana?”. Quería verle, necesitaba volver a saber de él. No se como es posible que haya estado en sus infiernos, que nos hayamos movido al mismo compás haciendo esperar al mundo, que haya conocido tanto de él y ahora parezcamos dos desconocidos que se encuentran en un bar para hablar del verano, para contarse que la vida va bien sin detalle alguno. Como si nos hubiésemos visto cada día haciendo el café a la salida del trabajo y no haya más tema que el tiempo caluroso que hace dentro y fuera del bar. Un fogonazo le enciende la cara cuando me mira y a mi se me enciende la lástima. Hay tantos deberes por hacer y tantas noches sin dormir detrás suyo que sólo soy capaz de decirle “hasta pronto” a sabiendas que el pronto será nunca o de aquí mucho. Antes el “pronto” era el “mañana”. El mañana me daba igual cuando nos quedábamos tirados en la carretera y esperábamos tumbados sobre el capó del coche a que la grúa nos viniera a buscar. El mañana era desayunar, comer, merendar, cenar juntos. El mañana era mirarnos y decirnos más que en las quinientas páginas del Quijote. Ahora le miro y no veo más allá que un Haikú desestructurado.

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