22 de agosto de 2009

filosofía mundana (siempre está)

Querido sábado,
veintidós de agosto de mil novecientos noventa y nueve.

Perdón. Disculpen por el retraso. No era mi intención este contratiempo pero a veces tengo tantas cosas en la cabeza que aquí que las vacío todas (y lógicamente sin orden) se me acaba el día.

Bien, hoy le toca a ÉL. Parece ser que llevo una semana de melancolía acumulada pero es que hoy no puedo respirar sin pinchazos en el corazón. No, no, seré muy breve, diré lo suficiente para convencer/para convencerme de que hay y habrá pocos locos sabios como él.

Porque él era así, era un loco sabio.
Era loco por razones tan simples como por ser compañero de fatigas tan grandes que cansaban solo de recordarlas y viajes tan inolvidables que se echan de menos cada día. Él fue capaz de darle cuarenta y una vueltas a la vida y nunca se mareó.
Rozaba el equilibrio entre los aires del sur y el invierno del norte.
Los ojos de un azul como Neptuno iluminaban hasta las habitaciones más oscuras.
Con él nunca tenía miedo. Los bosques se convertían en simples llanuras que la luz de la luna hacía mágicas.
Sus casi dos metros de altura le dieron un instinto para encoger la cabeza en cada puerta que ya ni se daba cuenta.
También estaba loco por creerse invencible en los dardos, en el dominó, jugando a los chinos, jugando a baloncesto. Bien, tampoco estaba tan loco porque un poco de razón tenía pero me dejaba ganar.

También he dicho que era un sabio y estas pruebas lo corroboran. Era un as con los ordenadores, la electricidad, la electrónica...hacía andar chismes que nunca se movieron de su sitio y creó fuentes de alimentación cercanas a los móviles perpetuos de primera o segunda especie. Solucionaba problemas de física sin apuntes y se lo pasaba bien haciéndolo (esto quizá debería estar en el apartado de locuras).

Te tendía la mano tanto si ganaba como si perdía pero si perdía, la mano iba acompañada siempre de una revancha que no perdonaba nunca y que te fusilaba.

Yo siempre he creído que Sabina escribía lo que pensaba y él cantaba lo que pensaba Sabina, como si fueran uno aunque con pinceladas de The Beatles y algún que otro setentero de la época guardado en vinilos.

Su nombre italiano no le daba por eso rasgos más mediterráneos de los que ya tenía y más si se ponía a cantar a Serrat con su Mediterráneo y la guitarra que siempre llevábamos en el maletero.

Ahora sólo me queda levantarme y aplaudir. Me queda quitarme, aunque sólo sea metafóricamente, el sombrero y proponer sustituir el hidrógeno por él en la tabla periódica porque en la tabla de mi vida él siempre ha sido el primero.

Veintidós de agosto de dos mil nueve.
Era un loco sabio.
Loco por ser mi padre.
Sabio por decirme antes de irse con sus compañeros los GEOS al ataque que terminó siendo kamikaze "no em trobis a faltar, saps que hi seré sempre".
Y siempre está.

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