12 de agosto de 2009

filosofía mundana (¿acabar qué?)

Querido miércoles,

Ayer fui a visitar a mi abuela. Cuando entré se me abrazó como una loca. "Es que hace tanto que no te veo hija". Y tiene razón, hace tanto tiempo que no veo a tanta gente que no sé si el reloj y mi agenda se duplican inversamente.
Pasé la tarde con ella. Mejor dicho pasé la tarde por su casa y ella la pasó con la televisión, como cada tarde, como cada puñetero día desde hace más de 7 años. Ella le habla, le muestra lo que hay fuera y ella ya no alcanza, le abre la ventana a la vida que sigilosamente se la está llevando por delante y como mujer sabia que es, se da cuenta.

Estuvimos hablando de cómo estaba la ciudad de obras y turistas y de lo tarde que había llegado al cementerio donde cada día va a visitar al abuelo. Sin aceptar que la vida sigue sin él, ella se empeña cada día en ir a explicarle lo que sus ojos ya no ven. Le cuenta que hasta las flores más bellas se vuelven marchitas, que hay una gripe muy rara, que el mundo está en una mierda de crisis que nada que ver con la guerra que pasaron ellos y que sus nietas, el orgullo de su vida, las tres flores que quería acompañar al altar y nunca llegó a verlas de blanco, siguen felices como siempre. Lo que no saben es que estos tres ángeles se casaron con la vida cuando él se fue. No íbamos de blanco pero le cogimos la mano para que nos acompañase a que un tal "juez del mundo" nos declarara casadas con la vida para tirar con fuerza de todo lo que él dejó en su paso.

El caso es que mientras hablábamos de eso, de lo de siempre y lo de nunca encontré un trozo de papel detrás de unos cajones. Ésto es lo que había:

Sol, al petit despatx, de nit, adonar-se de cop que tothom dorm. No és només el silenci, és saber que no hi ha moviments, que s'ha tancat una casa plena de coses i que jo n'he quedat fora sol. Res no es mou, prop de mi, i així no he de reaccionar, només he d'accionar, si vull, petits moviments lliures, gestos que semblen més viscuts que de dia, omplir una pipa, passar les pàgines d'un llibre, escriure a mà com en els vells temps, per no fer cap mica de soroll, pensar soroll i obrir la Vanguardia per veure què en diu, i deixar a mig fer el que feia i començar una altra cosa, descobrir que he oblidat d'encendre la pipa, i fer-ho, i ara què?, ara res, o el que sigui perquè també descobreixo que el llapis ja no llisca pel paper amb la facilitat en que ho feia abans, que la primavera de Vivaldi deixa les notes sense emoció penjades en un aire tallant recossit. Em faig vell. El mirall en el fons m’ho vol negar però la quotidianitat em demostra el contrari.
300 pàgines. Havia arribat a escriure 300 pàgines a mà, la primera novela i ara mira’m, si ni tan sols escric recta i no ho acabaré. Deixo poques coses sense acabar però aquesta en serà una. Estic segur que algú, si és prou capaç de valorar el que hi ha i escriu amb el cor, veurà que val la pena acabar-ho.



¿Acabar qué?
La letra de mi abuelo me entró como leída por él y el pinchazo del corazón me resonó hasta en el cerebro haciendo que mis ideas pararan de fluir, que mi mano se quedara quieta, que mis párpados fueran incapaces de cerrarse y que mis lágrimas empezaran a mojarme el cuello de la camiseta.
Me fui al baño a lavarme la cara, escondí el papel en el bolso y me quedé a cenar con mi abuela.
Ya tarde, cuando vi que mi abuela cogía cuatro cartas en vez de tres jugando a la Brisca decidí irme a casa.

Llegué más arrastrada por la multitud de la calle y el GPS de mi rutina que por el propio impulso de volver. Saqué el papel del bolso metiéndolo en un cajón del comedor, me tumbé en la cama y esta mañana he amanecido con la funda del cojín empapada lista para celebrar un día más desde mi boda.

¿Acabar qué?

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