22 de julio de 2009

filosofía mundana (Amsterdam y los suyos)

Querido miércoles,
Ya he vuelto. Si, lo sé, dije que volvería el jueves pero también dije que el señor de la cómoda hacía con mis horas lo que quería así que, como el proyecto ya hacía días que lo había presentado, pues me adelantaron el vuelo dos días y ayer por la noche llegué.

La presentación la bordé. Fue espectacular. Sólo faltaron los fuegos artificiales al final que de paso parece ser que se llevaron mi modestia.
Es lo que tiene hacer las cosas tarde. Se te despierta el ingenio, tiras de agenda y de amigos infalibles, te peleas con los dependientes de las tiendas que te dicen que estás loca al querer hacer "eso" en tan poco tiempo, te derrumbas al pensar que tienen razón, te entra el pánico y le gritas a los cactus, te dejas caer en el sofá y al mismo tiempo, como un resorte, te vuelves a poner en pie y confías en ti misma y tu instinto de supervivencia. Vuelves a tirar de agenda (eso es lo primordial en la vida, tener una buena agenda; un buen puñado de conocidos; entrar en lo que algún día leí que le llaman el banco de favores y yo soy millonaria (diría que gracias a mi paciencia y alma caritativa pero sería mentira porque la verdad es que estoy donde estoy gracias a la sociabilidad y a echarle morro a algunos asuntos, tierra a otros y muchas, muchas vueltas de tortilla) y al fin consigues terminar el proyecto cuando el taxi ya te pita desde la puerta.

Una vez llegada al aeropuerto de Schiphol me pasó a recoger un tal "responsable de relaciones exteriores" que me llevó al hotel y allí me presentaron a mis compañeros de proyecto:
Noa de Tokio: desapareció al cabo de pocos minutos y no volvimos a saber de ella hasta el jueves en la sala de reuniones.
Lisa de Toronto: llegó con retraso y sueño pero tenía una marcha que no se le acabó hasta el día de la despedida.
T.J de Detroit:llegó creyéndose el rey del mundo y su inmadurez hizo que lo largaran antes de hora.
Dylan de Oslo: un rubio de ojos verdes con el que se me cayó la baba el primer día y por casualidades de la vida que no comentaré en este momento (y quizá nunca) acabamos compartiendo una cama de matrimonio en un segundo hotel.
Y por último Shiba que vino de Israel y nos hicimos amigas de desayunos en barras de cafeterias mirando a la calle, de comidas en los parques y cenas con holandeses amabilísimos.

En uno de esos desayunos, no se si decir el del viernes, nos fuimos a una cafeteria de Albert Cuypstraat dónde la gente pasaba en todas direcciones, como si circularan por carriles personales; cada uno en el suyo, cada uno en su mundo. Shiba me estaba contando su última anécdota en un aeropuerto neozelandés cuando pasó un chico de entre 26-34, con un traje marron claro, camisa blanca, corbata oscura y un maletín en la mano. Pasó 5 segundos y lo seguí con la mirada como hacía con muchos de los viandantes pero él se giró, supongo que notó mis ojos en su mejilla y se me quedó mirando. Yo, con la sorpresa no aparté la mirada y él me sonrió levantando ligeramente la comisura izquierda del labio. Las palabras de Shiba se apagaron en mi cabeza y se cambiaron por el sonido de cuatro violines que con sus arcos dibujaron una sonrisa en mi cara y mi alma. Él siguió su camino cuando pasó de largo. Ni se paró en el semáforo de la esquina, ni se volvió mientras yo le miraba la espalda. Hasta nunca. Hasta siempre chico del traje. Luego entró en juego mi fantasía de salir corriendo, cogerle del brazo y sin cruzar palabra besarle bajo la lluvia pero Shiba me volvió a la realidad con un "hey! are you here?" y él ya no estaba ni al final de la calle.

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