14 de noviembre de 2010

filosofía mundana (cuántica y drogas)

Querido domingo,

Me merezco las broncas de mis amigos, me merezco las llamadas de atención de mi madre, me merezco el "tú misma" de Al, el "tú te lo has buscado" de Yago y el "si quieres llámame" de todos. Últimamente mi vida se ha reducido a una obsesión cíclica que gira entorno a mi trabajo. He sido totalmente absorbida por una fuerza más fuerte que la gravedad hacia un centro de equilibrio inestable, incansable e impetuosamente enfermizo. No tengo vida más allá de los informes, los proyectos, las comidas/cenas/convenciones/estupideces empresariales en las que, sin tener la culpa ni la necesidad, me veo involucrada más por impulsos naturales que profesionales.

Ayer, después de más de 13 horas frente a la pantalla del ordenador decidí hacer un "guardar como-salir-apagar", me puse mis cascos mágicos con los cuales parece que la vida pasa a otro ritmo, me saludó Sugar de los Tonic con esos acordes acústicos que ya te hacen ver todo un poco menos negro, me enfundé en unas Converse más rotas que enteras, en unos tejanos más enteros que rotos y en un jersey más de Al que mío y me eché a andar.

Pasé por un montón de calles con nombres curiosos, recordé rincones escondidos de amor, me reí con alguna que otra barbaridad humana y descubrí algo maravilloso lejos y a la vez enmedio del irrespetuoso murmullo de la ciudad.
Iba andando con el objetivo de llegar a una tienda conocida para comprarme una sudadera de la marca Michael Jordan que hacía tiempo tenía en mente pero no tenía el dinero en cartilla cuando pasé por delante de un local viejo, con la persiana de hierro oxidada y la puerta de madera y cristal abierta. Me tuve que parar para contemplar la belleza de ese roble pulido a mano. Eché un vistazo dentro y vi ropa, collares, bolsos, libros. Era una tienda de segunda mano. Entré a curiosear, me recordaba demasiado a mis días por Berlin y no pude resistirme. Me quité los cascos mientras tocaba las camisas de franela, estudiaba los zapatos de charol y leía los títulos de obras rusas sin traducir. Sin saber de dónde empecé a oir una televisión y una frase " la teoría de cuerdas no es más que el principio de un largo camino". Me sorprendieron 2 cosas: la tele encendida y el programa de cuántica. Al oir eso me hizo pensar que, como era lógico, habría alguien atendiendo en la tienda así que me giré y le vi. No pasaría de los 25, moreno con los ojos negros y excepcionalmente profundos. Me estaba mirando con el mando de la tele en la mano. Me ruboricé, sonreí y salí casi corriendo girándome en la puerta para ver como sus ojos seguían allí. Era increíble la personalidad que me había transmitido con tan solo una mirada.

No pude llegar a la tienda. Me volví a casa en estado de schock. Solamente tenía esos malditos ojos clavados, cerraba los ojos y lo veía allí inmóvil.
Había quedado con Al para cenar y le comenté lo de la tienda, no el chico sino la tienda en sí. Me comentó, sin hacer hincapié, que esa tienda era parte de una fundación para ayudar a los ex drogadictos a la integración y que todos sus empleados, un par de chicos que él recordaba, estaban en vías de desintoxicación o lo habían logrado.
Aún me sorprendió más, desvié el tema pero por mi interior habían 3 palabras: él, cuántica, drogas. Quería volverlo a ver.

Quiero volver a verle.

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