10 de enero de 2010

filosofía mundana (cosas de ciudad)

Querido domingo,

La verdad es que a veces dudo de si es Tom Sharpe el que escribe el guión de mi vida o directamente le deja paso a Woddy Allen.

Esta mañana helaba en esta cálida ciudad cuando me disponía a ir a comer con mis hermanas al restaurante donde nos llevaba el abuelo cuando sacábamos buenas notas. El restaurante está en el centro de la ciudad y he decidido que no valía la pena coger el coche. Cuando he llegado al portal me he dado cuenta de que empezaba a chispear pero he pensado que hay muchos balcones y me he echado a andar.
En la primera esquina me he encontrado a un hombre de avanzada edad que miraba fijamente al cielo. Cuando he pasado por su lado no he podido evitar pararme unos segundos y levantar la vista. No he encontrado nada de especial más allá de los nubarrones que avisaban lluvias. Entonces el señor me a sonreído y me ha dicho "llevo todo el día aquí y eres la primera que se para a levantar la vista del suelo, ¿verdad que es bonito?". Y la verdad es que la calle estaba hecha una mierda, la gente de mal humor y el cielo gris oscuro, pero se ha parado el tiempo en ese instante en que he vuelto a mirar hacia arriba y me he dado cuenta que era tan bonito como yo lo quisiera ver y ahora era precioso.
He seguido mi camino hacia el metro y al llegar a la parada me he encontrado un cartel amarillo enorme que me cortaba el paso subterráneo con unas letras negras "estamos mejorando la parada, disculpen las molestias". ¿De verdad era necesario arrelgarla? yo no la veía tan mal pero bueno, me he tenido que resignar e insultar a las madres de los obreros, cagarme en el alcalde, en el hijo del que ha puesto el cartel y en el que tubo la brillante idea de hacer huelga de autobuses. Después me he cabreado conmigo misma al darme cuenta de que ya iba tarde.
En ese momento, apoyada en la barandilla he oído el claxon de un coche y, una chica morena y muy delgada asomaba la cabeza por la ventanilla de un viejo ford fiesta. "Oye, ¿que te has quedado sin metro? ¿A donde vas? Quizás te puedo llevar". Prometo no conocerla de nada, prometo no tener ni idea de donde venía ni a dónde se dirigía. "Voy al centro" he contestado más con sorpresa que con miedo.
"Vale, ¿pero donde del centro? ¿a qué parada ibas a bajar?"
"A ver, ¿Tú donde vas?"
"Yo, hacia allá". El allá ha sido un leve golpe de cabeza hacia delante.
"Vale, pues yo también" y me he subido a bordo de esa lata con ruedas que conducía una loca estudiante de psicología con claros trastornos bipolares que debería estudiar en sus clases. Me ha llevado hasta la entrada del restaurante da una velocidad propia de carreras ilegales por los polígonos y no en medio de la ciudad.
Al bajarme le he dado las gracias por el apasionante viaje y se ha despedido con un "hasta nunca chica del jersey verde".

Cuando aún estaba cerrando la puerta del coche Ela me ha saludado con una colleja mientras Lua, como siempre, se apresuraba a meternos dentro y se disculpaba por el retraso al camarero.

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