14 de noviembre de 2009

filosofía mundana (Yago, Noa y Amaya)

Querido sábado,

Esto es como cuando te tuerces el tobillo, llegas andando a casa pero el día siguiente no te puedes ni levantar del sofá. Hoy estoy igual. Después de torcerme el tobillo el jueves por la noche y llegar ayer corriendo a casa, hoy no sirvo ni para reciclar. Se entiende la metáfora ¿verdad? Lo digo porque ahora mismo hasta dudo de si mis palabras son conscientes de cómo crear una frase con sentido.

Ayer no fui a trabajar. Gripe justifiqué. Como ahora el mundo está revolucionado por todo lo que empiece con esta palabra no me dijeron nada. No es A, ni B, ni C, es Abecedario, eso, tengo la gripe Abecedario porque tengo todos los males y ningún remedio.
A media mañana me levanté de la cama y él (el problema, la desgracia, la felicidad, el gilipollas, el imbécil, el amor de mi vida) aún estaba allí. Esta vez no se levantó para ir a hacer ningún examen de mates, ni salió al balcón a fumar, ni desapareció con el sonido del despertador; esta vez estaba a mi lado, durmiendo. Preparé un café y, cuando iba a prepararle uno a él mientras el mío daba vueltas en el microondas, dejé el pote en el mármol de la cocina y me resbalé hasta el suelo notando el gres en mi cuerpo, el pomo del armario en mi espalda y la nevera en mis pies. Y rompí a llorar. Lloré por ser imbécil, lloré por Al y por todas las veces que me había echo llorar, lloré por supuesto por Yago, lloré por no haber sido capaz de plantarme en su puerta yo que me las daba de revolucionaria, de rompe esquemas y de valiente. Lloré por no haber sido capaz de parar todo esto antes de que llegara.

Al se levantó y me encontró allí. No dijo nada. Paró el microondas, se sentó a mi lado y me abrazó. Llevábamos más de 12 horas juntos y aún no nos habíamos dicho nada y de verdad que agradecí que no hablase porque posiblemente le hubiese roto la cara. Después del drama nos sentamos en la mesa a desayunar y hablamos de banalidades hasta que me preguntó "¿qué harás con Yago?" a lo que le respondí medio cabreada, medio asustada "¿Tú que quieres hacer conmigo?". Entonces miró al tazón, miró por la ventana, miró a la cocina y por fin, como si hubiese echo diana me miró a los ojos.
- Quiero estar contigo.
- Y yo quiero estar con Yago.
-Sabes que no es verdad y esta vez pienso insistir. Quiero estar contigo para siempre.
-¿Para siempre? Yo no quiero nada para siempre, yo quiero algo para el día a día. Estoy harta de que seas tú el que no tiene ni puta idea de lo que quiere. Sabías lo que sentía por ti y aún así te fuiste con otra, sabías que si me hubieses dicho "quédate" o simplemente hubieses echo esto de ayer hubiésemos estado juntos des de hace tanto...
- Pero es que yo no sabía...es que joder, es todo muy largo y difícil. Ostia, ¿no te vale un te quiero, no te vale que haya dejado a Ari, que me haya ido del piso que estábamos compartiendo, que lo haya dejado todo por ti?

Y la verdad es que como una idiota me apunté una victoria encima del cadáver de esta tal Ari "rizitos de oro" y sonreí por lo bajito, sin ser consciente de que Yago, en menos de 3 horas llegaba de Estados Unidos.

Al se fue a trabajar, yo me blindé el corazón a prueba de balas, me vestí y le mandé un mensaje a Yago diciéndole que no podía irle a buscar al aeropuerto, que cogiera el tren y se viniera. Mientras preparé una estrategia, me tomé dos cafés más, cambié las sábanas, barrí, limpié los cristales y hasta me dio tiempo de sentarme en el sofá y temblar como un "blandimblú" de esos de cuando era pequeña.
Llegó, le abrí, le besé pero sin entusiasmo y le hice pasar al comedor. Se acojonó. Así de claro. Empezamos a hablar, le conté todo des de mis primeras dudas, me salté la parte de Amsterdam, la de Alemania y la de Al pero bueno, todo lo demás lo supo.
No voy a repetir en palabras todo lo que vino las dos horas de después, lo importante es que se nos acabó la conversación con la llamada de una de las vecinas:
-¡Noa está de parto! !Ayúdame!
Y claro, subimos a su piso, cogimos a Noa en brazos, nos la llevamos al coche de Yago y para el hospital. Yo no creo en las casualidades pero gracias al nacimiento de la pequeña Amaya, pude acabar sin discutir con Yago, llamar a Al para que me viniera a buscar y poner un punto y a parte grandioso en mi vida. Ahora, de momento, estoy tumbada en el sofá intentando empezar la primera frase con la mayúscula correcta.

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