Querido miércoles,San Juan.
Esta tarde hemos vuelto de Nueva York.
Increíblemente de ensueño aunque me duermo por las esquinas porque esto del jetlag cansa a quien sea.
He pasado unos seis días de lo más surrealistas y lo mejor, sin duda a sido conocer a Yago Jr.
Yago es un diamante en bruto de 6 años que habla tres lenguas indistintamente con la fluidez de las lenguas maternas. Juega a baloncesto y a béisbol y de éste último le llevé el sábado al partido. Su padre aprovechó para trabajar un poco (ya que estábamos allí se pasó por la oficina) y su madre, Michelle me dejó que me lo llevara mientras ella se quedaba con su pequeño Paul, hijo de su pareja actual. Confieso que me sentí bien llevando a Yago al partido, con los bocatas para después, aplaudiendo con todos los padres y animando al "mío" cada vez que me buscaba por las gradas. Supongo que esto es algo parecido a ser madre pero aun así no lo quiero. Cuando acabó el partido nos fuimos a comer a un parque y le conté mi vida y él me contó lo que pudo de la suya, el colegio, los amigos, la familia, como si se tratara de dos adultos nos hicimos guiños de complicidad y me hizo prometerle que volvería a aparecer en su vida. Eso me gustó. Nunca nadie me había pedido volver a aparecer. Mucha gente dice "espero volver a verte" pero no "vuelve a aparecer en mi vida". Le abracé y me lo devolvió con un "no me seas ñoña!" y empezó a correr para que le siguiera.
Yo nunca prometo nada porque las promesas son juramentos absurdos pero con él hice una excepción y no sólo le prometí volver en su vida sino que le dejé la puerta abierta para que él entrara en la mía.
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