6 de marzo de 2009

filosofía mundana (Berlín)

Querido viernes,
Llevo tres noches suspirando por lo mismo y no es que no tenga ganas de suspirar por él, el problema es que no tengo ganas de suspirar mientras miro tontamente una pared roja con los angelitos de Miguel Ángel colgando que me miran diciendo “déjalo, nunca te darás cuenta de que nadie importa en este mundo más que tú” y el problema es que sí que me doy cuenta pero no quiero. Los tres días de suspiro son los mismos días que llevo fuera de casa.
Pues sí, el miércoles me conecté a Internet, busqué un vuelo barato y esa misma tarde ya estaba volando hacia aquí. Esto es Berlín. Es frío de colores, es kebabs y mil comidas rarísimas del mundo mundial, vino caliente, autobuses de media hora, bicicletas, talleres de bicicletas de mujeres (los domingos) donde solo nosotras podemos entrar y arreglarnos nuestra propia bicicleta. Berlín es la puerta, su historia, patios comunitarios de edificios viejos, sillas de mimbre con una taza de caldo humeante esperando en un rincón de la habitación. ¿Parece de película verdad? Pues es así. Me cansé de Al y de su nueva historia de amor donde no estoy en ningún extremo del corazón infantil que se dibuja en los cristales humedecidos. Me cansé de sonreírle tontamente e insistirle en que si de verdad la quería que luchara por ella.
-¿y nosotros? Sé que no tenemos nada y por eso quiero asegurarme de que no te hago daño.
- No tonto, venga, vete a buscarla a la estación que aun estas a tiempo de decirle que la quieres.
Y va el tonto y sale corriendo hacia la estación en el mismo instante en que yo salía volando hacia aquí dejándole a mi madre en el contestador el mensaje “mañana estaré en Berlín hasta que me canse, Al lo ha vuelto ha hacer, ya te llamaré el jueves” y ayer me cogió el teléfono como quien lleva toda una vida esperando oír aquella voz tan familiar y a su vez tan poco cercana ya que hacía mucho que no hablábamos de verdad “No seas una cría y no te escondas de la realidad. ¿le amas? Pues quizá tú también tienes que salir corriendo pero hacia su estación y no hacia el país del olvido” y no me dejó articular nada más porque tenía razón y cuando mi madre tiene razón cuelga el teléfono para darme más tiempo de reflexión.

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